jueves, 28 de enero de 2010

La caída del ombligo (bitácora de un padre primerizo)

Hace diez días que nació mi primogénito. Para los fans de Condorito no tiene nada que ver con el primo chiquito de Eugenio. Tampoco sucedió que mi tía haya tenido un hijo más. Porque en primer lugar no quiere, o al menos eso se piensa entre la familia, y tampoco puede. No puede porque tampoco tiene alguien que pueda. En realidad tiene alguien, pero no le gusta mucho porque tiene un ombligo deforme debido a una mala curación, de aquella extensión temprana, cuando era bebé. ¡O que coincidencia! De ese tema hablaremos hoy.
Nuevamente para los que no tienen idea, gusto de ilustrarlos. Hoy hablaré del ombligo. Mejor escribiré. Y más específicamente sobre la caída de aquél apéndice neonatal.
Diego, mi primer hijo, fue separado 'tajantemente' de su madre al momento de nacer. Una tijera fue la artífice de dividir el vínculo pre-natal entre mi esposa y el neonato. Incisión realizada, cada vez que se le debía cambiar los pañales nos embarcabamos en la sacrosanta tarea de curarle el ombliguito.
Para dicho proceso debíamos tener a la mano gasa (no Gaza) y alcohol (el que no es para consumo humano aunque debo confesar que hubiese serviso para calmar los nervios las primeras veces).
Remojamos ligeramente la gasa con alcohol, limpiamos con los mismos elementos su ombliguito. Dicho sea de paso en esa primera etapa de su vida el ombligo tiene otra forma a su fase adulta. Es una tripa hacia afuera que con el paso de las curas, es decir laveces que se fue curando (no las monjas), se va volviendo negra y seca.
Al cabo de diez días (en este momento volvemos al párrafo inicial) el elemento en mención terminar por desprenderse. Pasado el festejo familiar por el desprendimiento las cosas vuelven a su estado normal. Aunque desde hoy mi hijo dejará de ser una persona con ombligo prolongado.