viernes, 23 de mayo de 2008

Tema de nunca acabar

Escribir con el hígado es un arte que cada encolerizado periodista desarrolló en alguna ocasión. De más está decir que intenté tranquilizarme muchas veces antes de escribir cualquier nota. Aunque a veces eso ni se nota. Pero cuando hablamos de burócratas el enojo sale por simple albedrío.
Entre tantas anécdotas, cada quién debe tener la suya propia de sí mismo, expongo esta vez la mía como para retorcerles el estómago y para embarrarles en la cara que yo puedo exponer la mía y ustedes no.
La contaduría de la nación es un ente que ha sido creado para darle garantía al inquilino y al propietario la seguridad de que los acuerdos se cumplan en tiempo y forma. Pero ha llegado a ser tan autónomo, omnipotente e insolente que he llegado a descubrir que el cumplimiento de sus funciones se cumplen a rajatabla según lo estipulado.
Alquilé un apartamento de aquellos pequeños. Algunos dirían que es un bulín para solteros y otros un hogar dulce hogar. Pero ese no es el tema en discusión. Lo será luego que lean esto. Sino que este apartamento tan dulce y cotidiano carecía de una mesada, un lavatorio para limpiar los trastes, o como quieran llamarlo.
Al carecer de esto, según contaduría que no entiende de romanticismos (el romanticismo de lavar los platos en el baño), no se encuentra apto para el consumo humano. O valga decir para su habitación. Eso me lo vienen a a decir cuando ya llevo viviendo allí dos semanas.
Es increíble ver como se vive en un lugar no apto para vivir. Y es que no sé si ahora no sé vivir. Recién me entero. O es que será que los de Contaduría no saben lo que es vivir.
El hecho está que gracias a ellos toda la inversión que hice en el apartamento está por convertirse en pérdida. El dueño puede verse envuelto en un lío para poder desalajarme (en Uruguay la ley protege al inquilino). Y la inmobiliaria podría perder a un par de clientes honesto y respetuosos de la ley. Tanto que la harán cuimplir en su momento.
Todo esto gracias a tres tristes tontos de trabalenguas que juegan a hacerse los graciosos con una mesada. Todo gracias a los mismos incompetentes burócratas que nos entretienen con sus ocurrencias. ¿Quién podría vivir sin ellos?: Yo.

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