miércoles, 22 de agosto de 2007

El chiste de las nacionalidades

Estuvimos sentados en un restaurante uruguayo seis personas de distintos países. Un colombiano, una chilena, un cubano, un uruguayo, una argentina y yo (peruano). Parecía que el mundo estaba listo para contar un chiste con nosotros. Ya saben eso de que hacen tipos de varias nacionalidades en un mismo lugar. Salíamos de un taller con el estómago a digerir todo lo que viniese en el camino. Ese día comimos hasta piedras, literalmente, porque al cubano le tocó encontrarse una en su comida. Debió de ser el arroz y debió ser de casualidad (a quien no le ha pasado) porque los restaurantes uruguayos son geniales.
Para esto que a pesar de ser geniales tienen ciertas diferencias. Y empezemos. En primer lugar hay que dejar algo muy en claro. La comida uruguaya es excelente. Deliciosa, sus carnes son un regalo de Dios. Pero hay que indicar que el servicio a veces deja mucho que desear y juega en contra de buena fama que ya tienen ganada. Lo digo porque para empezar vinieron tres chicas distintas a repetirnos el menú del día. Cada una de ellas iban a su vez agregando nuevos platos a la lista. Lo cual hacía que fuésemos cambiando nuestros elecciones gastronómicas. Al suceder esto nuestros jugos gástricos nos jugaban malas pasadas. Al momento de hacer el pedido final las tres chicas anteriores brillaban por su ausencia. Aquí debo indicar que contábamos sólo con un hora para almorzar.
En nuestras mentes, excepto la del uruguayo que preguntaba por nuestras especialidades culinarias, se evocaba sabores que a veces no se encuentran como en casa. Dicho sea de paso por mi parte añoraba el cebiche o el seco de chabelo como buen norteño de la costa peruana. En todo caso la conversación se hizo bastante policultural. Incluso dificultosa, pues con los diferentes dialectos y jergas que teníamos todos, nos entendíamos con explicaciones de por medio.
Una vez hecho el pedido fueron llegando los platos a nuestras mesas. No es que cada uno se siente en su mesa sino que procedimos a realizar el respectivo operativo 'juntamesas' porque éramos muchos.
Entre los chivitos, el petit entrecot, la milanesa, la picada y un plato parecido al arroz chaufa peruano sólo que en vez de arroz lleva tallarines (no recuerdo su nombre), saciamos nuestra hambre. Uno de los placeres del ser humano. Pero como todo placer tiene su fin. Y este fue corto de lo que esperábamos debimos volver al curso que nos apremiaba. Para variar nadie viene a ofrecer la cuenta. Por los restaurantes, que sigamos comiendo hasta reventar. El hecho es que cuando la pedimos demoraron un buen rato en traerla. En una de esas y nos animábamos a pedir algo más. Supongo que por eso. Por dentro pensaba menos mal que pagamos en efectivo y no con tarjeta de crédito. Experiencias pasadas me indicaban que eso si se vuelve una revolución. Al fin con la propina respectiva sobre la mesa logramos salir de ahí, con una media hora de retraso pero salimos. Directos a un lugar que será motivo de otro blog. Ya se imaginan donde.

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