Marta era
normalmente la profesora número uno en su centro educativo. Solía ir a trabajar
con muchas ganas y gustaba por dejar todo de sí para que su objetivo final se
cumpla. Esa meta, que por vocación había escogido, de lograr que sus alumnos
aprendan. Pero ya no más es así, ahora preferiría haber escogido otra
profesión.
Esta docente cada
vez está más convencida que se equivocó al escoger a que se dedicaría por el
resto de su vida. Aunque no siempre fue así. Marta estudió contenta esta noble
profesión pensando en que le gustaba pasar la vida con jóvenes y con la idea de
significar algo en la vida de los mismos. Le encantaba transmitir todo lo que
ella sabía y lo hacía siempre de manera innovadora.
Pero a través de
los años, ya van casi 10 enseñando, ha ido recibiendo palo tras palo. Para
nadie es un secreto que los gobiernos latinoamericanos no han implementado a
través del tiempo planes de gobierno eficientes en materia de educación.
Mientras que hemos acortado las distancias existentes con Europa en otros
rubros, como tecnología y economía, al momento de la enseñanza seguimos
habitando muy lejos.
Ni que hablar
sobre los salarios. Una promotora que muestra perfumes en un shopping gana más
por hora que una profesora. La belleza sigue cotizando más que la sapiencia y
eso también es innegable. Pero digamos que no sólo el gobierno es responsable.
Marta fue
visitada por una madre visiblemente irascible. La progenitora de Alicia, que
cursa el tercer año, la hizo responsable de que su hija no haya aprobado
química y en sus reclamos eleva la voz, insulta y es probable que si no se le
calma llegue a encajarle algún golpe a la docente. La funcionaria de la
educación logra calmarla luego de haber recibido innumerables improperios.
Pero la madre,
Rita, contraataca. Le dice ya un poco más calmada, como para lograr expresarse
y comunicarse mínimamente, que ella cuando pasa por la puerta del cuarto ve a
su hija recostada en su cama con un libro en sus manos. Y que cuando pregunta,
siempre desde el umbral del dormitorio qué está haciendo, ella responde que
está estudiando química. Entonces, por deducción simple, si su hija estudia
química, no puede reprobar porque la adolescente es inteligente, una virtud
heredada de familia.
Quizá la madre
debería acercarse más a su hija. Ya que la docente luego le hace saber a su
ocasional visitante, que la hija no estudia. Que la docente no odia a ninguno
de sus alumnos. Que se preocupa por ellos y que debido a ello, ha logrado
enterarse que la jovencita vive luchando por ser popular y que le dedica más
tiempo a investigar sobre chicos que sobre la materia. Que si la madre entrase
a ese dormitorio más seguido se daría cuenta que entre las páginas de ese libro
se encuentra la tablet que los reyes trajeron como premio por haber pasado de
año quedándose a sólo a cuatro exámenes, algunos en diciembre, otros en
febrero.
Este es sólo un
ejemplo de que los docentes hacen en ocasiones las labores de los padres y que
luego se vuelven responsables de los males del alumno. Este es sólo un motivo
de cómo Marta ha ido perdiendo la motivación a través de estos diez años de
docencia.
No vamos a tocar
lo inseguro que es en sí un liceo. No vamos a hablar de los vendedores de
drogas que visitan diariamente los alrededores de los centros educativos. No
hablaremos tampoco de cualquier individuo puede ingresar en los mismos
establecimientos liceales con un arma a agredir a cualquiera. Pero sí, pasa. La
educación: se ha vuelto una profesión de riesgo. Antes les regalábamos manzanas
a los maestros, hoy tendríamos que regalarles clases de judo.
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