martes, 8 de octubre de 2013

Educación: Un trabajo de riesgo

Marta era normalmente la profesora número uno en su centro educativo. Solía ir a trabajar con muchas ganas y gustaba por dejar todo de sí para que su objetivo final se cumpla. Esa meta, que por vocación había escogido, de lograr que sus alumnos aprendan. Pero ya no más es así, ahora preferiría haber escogido otra profesión.

Esta docente cada vez está más convencida que se equivocó al escoger a que se dedicaría por el resto de su vida. Aunque no siempre fue así. Marta estudió contenta esta noble profesión pensando en que le gustaba pasar la vida con jóvenes y con la idea de significar algo en la vida de los mismos. Le encantaba transmitir todo lo que ella sabía y lo hacía siempre de manera innovadora.

Pero a través de los años, ya van casi 10 enseñando, ha ido recibiendo palo tras palo. Para nadie es un secreto que los gobiernos latinoamericanos no han implementado a través del tiempo planes de gobierno eficientes en materia de educación. Mientras que hemos acortado las distancias existentes con Europa en otros rubros, como tecnología y economía, al momento de la enseñanza seguimos habitando muy lejos.
Ni que hablar sobre los salarios. Una promotora que muestra perfumes en un shopping gana más por hora que una profesora. La belleza sigue cotizando más que la sapiencia y eso también es innegable. Pero digamos que no sólo el gobierno es responsable.

Marta fue visitada por una madre visiblemente irascible. La progenitora de Alicia, que cursa el tercer año, la hizo responsable de que su hija no haya aprobado química y en sus reclamos eleva la voz, insulta y es probable que si no se le calma llegue a encajarle algún golpe a la docente. La funcionaria de la educación logra calmarla luego de haber recibido innumerables improperios.

Pero la madre, Rita, contraataca. Le dice ya un poco más calmada, como para lograr expresarse y comunicarse mínimamente, que ella cuando pasa por la puerta del cuarto ve a su hija recostada en su cama con un libro en sus manos. Y que cuando pregunta, siempre desde el umbral del dormitorio qué está haciendo, ella responde que está estudiando química. Entonces, por deducción simple, si su hija estudia química, no puede reprobar porque la adolescente es inteligente, una virtud heredada de familia.

Quizá la madre debería acercarse más a su hija. Ya que la docente luego le hace saber a su ocasional visitante, que la hija no estudia. Que la docente no odia a ninguno de sus alumnos. Que se preocupa por ellos y que debido a ello, ha logrado enterarse que la jovencita vive luchando por ser popular y que le dedica más tiempo a investigar sobre chicos que sobre la materia. Que si la madre entrase a ese dormitorio más seguido se daría cuenta que entre las páginas de ese libro se encuentra la tablet que los reyes trajeron como premio por haber pasado de año quedándose a sólo a cuatro exámenes, algunos en diciembre, otros en febrero.

Este es sólo un ejemplo de que los docentes hacen en ocasiones las labores de los padres y que luego se vuelven responsables de los males del alumno. Este es sólo un motivo de cómo Marta ha ido perdiendo la motivación a través de estos diez años de docencia.

No vamos a tocar lo inseguro que es en sí un liceo. No vamos a hablar de los vendedores de drogas que visitan diariamente los alrededores de los centros educativos. No hablaremos tampoco de cualquier individuo puede ingresar en los mismos establecimientos liceales con un arma a agredir a cualquiera. Pero sí, pasa. La educación: se ha vuelto una profesión de riesgo. Antes les regalábamos manzanas a los maestros, hoy tendríamos que regalarles clases de judo.

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